Para la mayoría de nosotros sigue siendo imposible captar la destrucción del World Trade Center. Fue real, lo vimos, pero no pertenece en alguna realidad que podamos entender; vimos los aviones comerciales, llenos de gente entre la que pudimos estar nosotros, atravesar incomprensiblemente las paredes de hierro y vidrio; los vimos transformarse en bolas de fuego que atraparon a miles de personas en un infierno que los mató a casi todos, mientras trabajaban en sus escritorios en una mañana de rutina. Vimos cómo se colapsaron las brillantes torres para dar lugar a las torres de humo volcánico que se elevaron en el horizonte neoyorquino. Las imágenes han sido impresas en nuestras mentes, para no ser olvidadas, pero no computan.
En ese sentido los terroristas triunfaron, pues han sacudido nuestro sentido de la realidad. Nos confrontaron a un horror que no hubiésemos sido capaces de imaginar, y que quizás no podamos siquiera llegar a asimilar; pero también han revelado, para que todo el mundo la vea, la naturaleza de su causa. El asalto se ha descrito como un acto de guerra en contra de los Estados Unidos, y lo es. Pero a diferencia del Pentágono, el World Trade Center no tiene importancia militar; y a diferencia de la Casa Blanca, a donde supuestamente se dirigía el cuarto avión, no tiene significado político para EE.UU., el Medio Oriente, ni para alguna otra parte del mundo. El ataque a las torres gemelas no puede ser visto como un esfuerzo, ni siquiera uno torcido, de reparar las penas de quienes se sienten desposeídos. Fue un acto de pura destrucción, por el bien de la destrucción.
Con una extraña unión, los estadounidenses han comprendido que este fue un ataque a sus valores, pues lo fue. Los edificios fueron escogidos, obviamente, como blancos simbólicos; pero estos valores no son únicamente americanos ni únicamente occidentales. Estos son los valores de la vida civilizada en cualquier lugar. Este fue un asalto a la civilización en sí.
Cuando se construyó en 1973, el World Trade Center era una maravilla de la ingeniería, innovadora en diseño estructural y en las técnicas de construcción que se inventaron para erguir las torres en ese sitio. A pesar de que desde entonces se han construido estructuras más grandes y más altas, los neoyorquinos estaban justamente orgullosos de estos imponentes símbolos de la audacia técnica e industrial.
Los ocupantes del edificio eran una muestra de la economía productiva: aseguradoras, ingenieros, bancos y casas de inversión, bufetes de abogados, educadores, agencias de empleo, constructoras y agencias de viajes. Los ocupantes incluían grandes nombres en las finanzas norteamericanas-Morgan Stanley, Bank of America, Lehman Brothers; incluía a Empire Health Choice, que provee seguros médicos a millones de personas en el Estado de Nueva York. Dow Jones, una de las editoriales más grandes del mundo, tenía oficinas en la Torre Sur. Los pisos más altos de la Torre Norte albergaban las instalaciones de transmisión de las principales difusoras en Nueva York. El Banco Fuji de Japón ocupaba tres niveles, y decenas de negocios de otros países tenían oficinas en el edificio. Haciendo honor a su nombre y a las intenciones de sus constructores, era una el punto de encuentro del comercio internacional; un símbolo no sólo de riqueza, sino del comercio como la forma más civilizada de interacción humana.
"Comercio mundial significa paz mundial" dijo el arquitecto principal, Minoru Yamasaki. "Los edificios del World Trade Center en Nueva York tenían un propósito más grande que el de simplemente proveer espacio a los ocupantes. El World Trade Center es un símbolo viviente de la dedicación del hombre a la paz mundial. (...) El World Trade Center debe, por su importancia, convertirse en una representación de la creencia del hombre en la humanidad, de su necesidad por la dignidad individual, sus creencias en la cooperación de los hombres, y a través de esa cooperación, en su habilidad por encontrar grandeza".
Estas torres se convirtieron en parte prominente del perfil de la Ciudad de Nueva York, que de por sí ha sido siempre un poderoso emblema de la libertad y de la oportunidad. De la Estatua de la Libertad al Edificio Empire State, ese perfil se forjó desde la caldera en donde se funde lo mejor del humano refinando los accidentes de raza y nacionalidad. En El Manantial, de Ayn Rand, la famosa novela de un arquitecto neoyorquino, un personaje dice al ver la ciudad, "siento que si una guerra llegara a amenazar esto, me gustaría lanzarme al espacio, sobre la ciudad, y proteger estos edificios con mi cuerpo". Muchos de nosotros deseamos ser capaces de hacer justo eso cuando vimos finalmente a las torres desplomarse y colapsar.
Tecnología, logro, comercio, ley, paz, libertad-estos fueron los valores atacados. No son valores americanos, sino humanos, los valores de la vida civilizada.
Aunque no se sepa con certeza que grupo terrorista en particular cometió esta atrocidad, tenemos de sobra razón para creer que emanaron de una subcultura fanática del fundamentalismo islámico. Pero nuestro enemigo no es el Islam, que creó una de las más grandes civilizaciones del mundo, ni lo es el pueblo árabe, iraní o afgano; nuestro enemigo es el nihilismo de esta subcultura.
Los líderes terroristas dicen hablar en nombre de los palestinos, pero las penurias de ese pueblo, si bien legítimas, no pueden explicar la motivación por este acto, mucho menos justificarlo. Los terroristas dicen hablar por las víctimas del imperialismo occidental, pero todo imperialismo literal es cosa del pasado, desde hace mucho reparado por la riqueza que Europa y América han regado sobre estos países. Está claro que no es el poder militar o económico, sino el poder cultural de occidente lo que resienten.
Lo que los hace denunciar América como el gran Satanás no es algo tan superficial como la Coca-Cola o los pantalones de lona. Es nuestra cultura secular de libertad, razón y la búsqueda de la felicidad. Odian nuestro individualismo; lo que quieren es una sociedad autoritaria donde el pensamiento y el comportamiento estén controlados por los creyentes verdaderos. Odian al capitalismo como un sistema de intercambio, producción, innovación y progreso; lo que desean es un regreso al medio primitivo de existencia del cual estas aspiraciones "materialistas" hayan desaparecido. Odian el sistema político de derechos individuales, estado de derecho y gobierno secular; lo que quieren es una sociedad tribal gobernada por el mando.
La subcultura nihilista es un fenómeno mundial. Lo vemos en la secta japonesa Aum Shinrikyo que lanzó gas venenoso en los metros de Tokio; en los ojos llenos de odio de los asesinos cristianos en Irlanda del Norte; en los eco-terroristas que hacen inútiles los árboles a la vez que destruyen torres de transmisión eléctrica. Lo vemos en formas menos asesinas en los protestantes que se oponen a la globalización y desean sofocar el comercio internacional, y en las teorías primitivistas desde Jean-Jacques Rousseau hasta el Unabomber.
La civilización siempre ha atraído a parásitos que deseaban robar la riqueza de aquellos que la producen, pero este fenómeno es diferente. Los nihilistas no buscan riqueza para sí mismos; quieren destruir la riqueza de otros. No buscan libertad de la dominación, quieren abolir la libertad. No aspiran a un lugar en la mesa del comercio mundial, sino destrozar la mesa. No anhelan una mejor vida, sino se vanaglorian en la muerte. Representan el peor tipo de envidia, la forma más viciosa de la maldad humana. No nos odian por nuestros pecados sino por nuestras virtudes, y no serán apaciguados.
Los Estados Unidos y sus aliados deben cesar la política de tratar de contrarrestar el terrorismo por medio de la negociación, pues ésta es un ejercicio de la razón que utiliza la gente civilizada para resolver sus diferencias. No estamos tratando con gente civilizada. Debemos dejar la política de excusar su violencia por su pobreza y tratar de comprarlos con subsidios. No tratamos con gente que busque estos beneficios. Debemos declararle la guerra a los terroristas y utilizar la fuerza que sea necesaria para impedir que sigan siendo una amenaza. A principios del siglo XIX, Thomas Jefferson envió a la marina estadounidense a la costa Barbaria para limpiarla de piratas. Exhortamos al Presidente Bush y al Congreso para que lleven a cabo una campaña similar no sólo contra los autores de esta atrocidad, sino en contra de todo nido de terroristas que se han declarado a sí mismos, por la muerte y destrucción que han forjado, enemigos de la humanidad.
Al hacerlo, estaremos actuando en defensa propia, con la autoridad moral de quienes han sido atacados; pero debemos entender y declarar al mundo que estamos actuando para preservar un orden mundial del que dependen los valores de la civilización y que toda persona civilizada debe unirse a esta causa.
David Kelley fundó The Atlas Society (TAS) en 1990 y se desempeñó como director ejecutivo hasta 2016. Además, como director intelectual, era responsable de supervisar el contenido producido por la organización: artículos, vídeos, charlas en conferencias, etc. Se retiró del TAS en 2018, permanece activo en los proyectos del TAS y continúa formando parte del Consejo Directivo.
Kelley es filósofa, profesora y escritora profesional. Tras obtener un doctorado en filosofía en la Universidad de Princeton en 1975, se incorporó al departamento de filosofía del Vassar College, donde impartió una amplia variedad de cursos en todos los niveles. También ha enseñado filosofía en la Universidad de Brandeis y ha dado conferencias con frecuencia en otros campus.
Los escritos filosóficos de Kelley incluyen obras originales sobre ética, epistemología y política, muchas de las cuales desarrollan ideas objetivistas con nueva profundidad y nuevas direcciones. Es el autor de La evidencia de los sentidos, un tratado de epistemología; Verdad y tolerancia en el objetivismo, sobre temas del movimiento objetivista; Individualismo desenfrenado: la base egoísta de la benevolencia; y El arte de razonar, un libro de texto ampliamente utilizado para la introducción a la lógica, ahora en su quinta edición.
Kelley ha dado conferencias y ha publicado sobre una amplia gama de temas políticos y culturales. Sus artículos sobre temas sociales y políticas públicas han aparecido en Harpers, The Sciences, Reason, Harvard Business Review, The Freeman, On Principle, y en otros lugares. Durante la década de 1980, escribió con frecuencia para Revista financiera y empresarial Barrons en temas como el igualitarismo, la inmigración, las leyes de salario mínimo y la Seguridad Social.
Su libro Una vida propia: derechos individuales y estado de bienestar es una crítica de las premisas morales del estado de bienestar y la defensa de las alternativas privadas que preservan la autonomía, la responsabilidad y la dignidad individuales. Su aparición en el especial de ABC y TV de John Stossel «Greed» en 1998 provocó un debate nacional sobre la ética del capitalismo.
Un experto en objetivismo reconocido internacionalmente, ha dado numerosas conferencias sobre Ayn Rand, sus ideas y sus obras. Fue consultor en la adaptación cinematográfica de La rebelión de Atlas, y editor de La rebelión de Atlas: la novela, las películas, la filosofía.
»Conceptos y naturalezas: un comentario sobre El giro realista (de Douglas B. Rasmussen y Douglas J. Den Uyl)», Reason Papers 42, núm. 1, (verano de 2021); esta reseña de un libro reciente incluye una inmersión profunda en la ontología y la epistemología de los conceptos.
Los fundamentos del conocimiento. Seis conferencias sobre la epistemología objetivista.
»La primacía de la existencia» y»La epistemología de la percepción», The Jefferson School, San Diego, julio de 1985
»Universales e inducción», dos conferencias en las conferencias de GKRH, Dallas y Ann Arbor, marzo de 1989
»Escepticismo», Universidad de York, Toronto, 1987
»La naturaleza del libre albedrío», dos conferencias en el Instituto de Portland, octubre de 1986
»El Partido de la Modernidad», Informe sobre políticas de Cato, mayo/junio de 2003; y Navegante, noviembre de 2003; un artículo ampliamente citado sobre las divisiones culturales entre los puntos de vista premodernos, modernos (Ilustración) y posmodernos.
«No tengo que hacerlo«(Diario IOS, volumen 6, número 1, abril de 1996) y»Puedo y lo haré» (El nuevo individualista, otoño/invierno 2011); artículos complementarios sobre cómo hacer realidad el control que tenemos sobre nuestras vidas como individuos.